sábado, 19 de enero de 2013

Los dientes del engranaje


     Todos dicen que lo importante son las personas, no las cosas. En cambio, las cosas están, cumplen su función, no engañan. El hielo es frío, el cojín mullido, el agua mojada, el suelo firme, la tela de araña frágil... y así todas y cada una. Se sabe lo que son, se sabe a que atenerse con ellas, no cambian. 
      Falsamente se les llama inertes. Si se abre un libro se verá la de vida que hay en su interior. Si se lija a fondo un trozo de madera lucirá su beta como si de alta costura se tratara. Si se observa lo que hace la luz con un espejo, se verá la de vida que refleja.
      Nunca defraudan. No pueden hacerlo, no se espera de ellas más de lo que se sabe que pueden dar.
      Tampoco las personas deberían defraudar, no se espera nada de ellas que no puedan dar. Pero de repente se llenan la boca diciendo cosas como: “conmigo puedes contar” o “si necesitas algo: llámame” o “te voy a querer siempre” o “ no te dejaré sola”... y es ahí donde se empieza a esperar que se cumpla la palabra dada. Nadie ha pedido que se diga... pero se dice. Porque si, de manera gratuita y creando falsas expectativas. Se dice porque da la gana (también es cierto que se cree porque da la gana). Entonces debería ser cierto y no lo es.
      Entonces llega la mentira. Lo era desde el principio, pero es en ese momento cuando se ve. Con ella llega la desolación, la pérdida de confianza, el enfado y el dolor. No hay nada que se pueda decir o hacer para volver a unir las piezas del engranaje roto. ¡Ya está! Se ha acabado. Se puede dilatar en el tiempo todo lo que se quiera, pero el final ya ha llegado. Ya nunca volverá a ser igual.
      En algunos casos a través del perdón, se vuelve a unir el engranaje, pero siempre, siempre, siempre, habrá un diente en una de sus ruedas que tropiece.
      Por tanto las cosas tienen dos puntos a su favor: cumplen lo que se espera de ellas y no dicen nada (¿total para qué? si no se cumple lo que se dice...).
Luisa.